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Posted: sábado, 5 de septiembre de 2009 by UNO in
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Objeto de aguerridas batallas, justificación de muertes sacralizadas por el tiempo, motivo de condena para pensadores, sustantivo de jactanciosas concupiscencias, ignominia de malqueridos, autora vitalicia en la generación o degeneración de conocimiento, entidad inalienable e inherente (creía yo) a la condición humana, … , y patrocinadora de los bellacos actos que me conozco y soy capaz de recordar.

Me refiero a la razón, o bien, en algunos casos particulares a su ausencia.

“Flashback elemental”

Platicando con algunas personas –en su mayoría mujeres que no pasan de los 30 años- [cabe señalar que hago particular énfasis en estas dos características debido a que la cosmovisión del universo se encuentra afectada por múltiples factores de distinta índole y considero que la asignación e identificación de género bajo la idiosincrasia que mamamos es una condición determinante para TODO; por otro lado, el hecho de que la muestra elegida aleatoriamente carezca de hombres y por lo tanto los resultados no los representen (hablando estrictamente en términos estadísticos) no quiere decir que se encuentran eximidos de este patrón conductual]… el punto es que me percaté de lo siguiente:
Existe un sentimiento generalizado de TEMOR a la soledad.
Si bien la soledad se define de una manera muy burda como la “Carencia voluntaria o involuntaria de compañía” ¿Por qué temerle a encontrarte exclusivamente contigo?, haaa pues al menos creo yo que se debe a que no te ofreces nada ni tienes algo que decirte. Si todo lo anterior se confinara únicamente a un problema de autoestima o a cualquier chingadera de este tipo entonces me importaría muy poco puesto que las consecuencias únicamente repercutirían al “mente débil”; sin embargo, los alcances son mayores y sólo como ejemplo me atrevo a citar lo siguiente: ponderación inadecuada de prioridades, gente falsa, con poses, impresiona-pendejos y pendejos-impresionados (esa mezcla me enferma), gente que ha dejado de creer que tiene el potencial para hacer lo que desee su voluntad, un pueblo y en consecuencia un México que ha comprado (a un muy elevado coste) la idea de que está atado de manos y que no puede hacer nada por comenzar a cambiar su entorno, diseminación de la apatía en un grupo selecto de personas que se supone representa a la clase privilegiada de una era en la que el conocimiento es más asequible pero que por alguna causa no lo quiere hacer suyo, no se lo quiere coger porque es más fácil seguir sintiéndose partícipe de una masa ignara y doblegada bajo el yugo de la sumisión, ya que, si decidieran emanciparse entonces se toparían con la soledad voluntaria que, observada desde un punto de vista ortodoxo no resulta altamente atractiva, y que por supuesto no ofrece ni siquiera la mitad de la comodidad asociada a, por ejemplo, un Domingo desayunando convencionalmente en un sitio que pertenece a una cadena de restaurantes estadounidenses con la familia insulsa de un novio convencional para posteriormente pasar la tarde sofocada en el aire acondicionado de una plaza comercial en donde los letreros no están en español debido a que el malinchismo arraigado hasta el tuétano obliga a los miles y miles de publicistas de nuestro país a comprarnos con palabras que se oyen más “Chic” como lo es “Sale”, etc. Una ligera y breve descarga de ira a la reminiscencia.
He llegado a la conclusión de que México es una nación de castrados, donde nadie dedica su vida a lo que le apasiona, donde la preocupación por asegurar el alimento del siguiente día no permite pensar a la población en nada más de lo que la inmediatez exige, y donde se desea lo que no se esfuerza por poseer, encuentro entonces que me quedo corta en citar a lo anterior como algunas de las consecuencias y ahí está la respuesta a las siguientes preguntas; ¿Qué chingados les importará a los millones de mexicanos la planeación en la distribución del gasto público?, ¿Para qué preocuparse por el recorte en la educación? ¿Para qué costear una guerra contra el narcotráfico? “Para que la droga no llegue a nuestros hijos, para vivir mejor, Gobierno Federal” Para que no llegue entonces eduquémoslos.

Fragmento del 2009
Definitivamente recuerdo el humus de la soledad, estoy segura de que era soledad porque el olor característico delataba su inminente presencia y envolvía mi cuerpo dejando una remota fragancia a su paso, no estaba sin un “Alguien” a mi alrededor, al contrario, estaba rodeada de gente que en ese momento quería desaparecer. Mi familia metida en todas las habitaciones de la casa, niños en la huerta, un celular vibrando al alcance de mi mano, la posibilidad de largarme a una alberca con mis primas, una fiesta en puerta y la invitación a un concierto en la otra, estrictamente no estaba sola pero olía a soledad... La razón me abandonó.
Esa es la verdadera soledad, cuando desperté sabiéndome arrepentida de los actos más recientes porque delegué a último término a la razón/raciocinio/racionalidad que me había venido acompañando desde siempre, entrando en cuestiones de semántica no se trata de un estricto “Pesar y/o melancolía que se sienten por la ausencia o muerte de alguien”, sin embargo recurro al término “Soledad” porque hasta ahora no he hallado una mejor palabra para describir el emblema de aquel día.

Según mi parecer se trata de una concepción netamente egoísta, y sí… me niego rotundamente a situarme en una posición vulnerable como lo es temer a la ausencia de algunas personas cerca de mí, prefiero temerle a la carencia de raciocinio.

La Bruja

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